LAS NIÑAS SABIAS ( PUELLAE DOCTAE)
Afortunadamente había excepciones en el Renacimiento:
Teresa
de Cartagena: _ Nací en 1425, soy descendiente de judíos
conversos y un claro ejemplo de que la cultura se circunscribía a los
monasterios. Ingresé en el convento de Santa Clara en Burgos alrededor de los
quince años, y más tarde en el de Santa María La Real de las Huelgas en la
misma ciudad y donde empezó a manifestarse mi sordera. Debido al aislamiento y
soledad producido por mi problema físico escribí entonces la obra: “ La
Arboleda de los enfermos” de la que los eruditos, hombres por supuesto,
determinaron que estaba demasiado bien escrita para ser obra de una mujer. Me
vi obligada a escribir de nuevo otra obra. “Admiración Operum Dey” donde
defiendo que si Dios dio a los hombres la facultad de escribir también se la
dió a las mujeres. usando por primera vez argumentos considerados más tarde
feministas. Afortunadamente esta situación cambió y el conocimiento salió de
los conventos como ahora os explicaran mujeres que obtuvieron el reconocimiento
de eruditas en su tiempo.
_Como veis (Habla Beatriz Galindo- La Latina), nos hemos reunido con vosotros para explicaros
como ocurrió que de repente y casi al mismo tiempo, varias mujeres llegáramos
casi a la vez al mundo de la cultura, a
ese mundo casi exclusivo de los hombres y que lográramos que nos trataran de
igual a igual a pesar de sus reticencias a reconocer que debajo de las tocas
teníamos algo más que el pelo.
Luisa
Medrano: _En aquel tiempo el mundo de las Universidades y de la
cultura estaba reservado exclusivamente a los hombres, el acceso a los estudios
de cualquier tipo nos estaba vedado; para nosotras únicamente la costura y el
manejo de la casa y todo lo que repercutiera en beneficio de los hombres o en
su placer.
Fue Isabel I de Castilla (llamada
más tarde La Católica), la reina, la que, y predicando con el ejemplo, entendió
que las mujeres debían recibir educación y por lo tanto el mundo de la cultura
debía serles accesible.
Francisca
de Nebrija: _Así todas nosotras tuvimos preceptores que nos
instruyeron en materias como la gramática, la retórica y la oratoria, conocimos
el griego y el latín, a los clásicos, a los que podíamos traducir sin
dificultad. En mi caso, al ser mi padre Antonio de Nebrija, que había impartido
clases en Salamanca y en otros lugares como Bolonia y Alcalá, se ocupó de que
yo del permitieron ayudarle a escribir su Gramática que, por cierto dedicó a la Salamanca.
Beatriz: Yo
estaba destinada al convento y me prepararon dándome estudios de Gramática en
una de las escuelas de la Universidad de Salamanca, mis conocimientos de latín, lo hablaba correctamente a los quince
años, hicieron que me conocieran con el sobrenombre de La Latina, la reina,
conocedora de mi prestigio me salvó del convento llamándome a su lado como
preceptora para ella y para sus hijos e
hijas y como consejera, siendo la primera mujer en ocupar ese puesto. Ya
viuda me retiré a Madrid para seguir estudiando y trabajando hasta mi muerte.
Mi apodo da nombre a uno de los barrios de la capital, todo un honor, sobre
todo si sirve para el reconocimiento del trabajo de las mujeres.
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